Un egresado normalista busca recordar los espacios de estudio, de recogimiento, de observación, de inspiración, perfección del paisaje y la naturaleza que enmarcaban la estructura arquitectónica del colegio; los eventos que destacaron y marcaron la juventud, como lo eran: las fiestas donde no podía faltar la misa, la música y la mesa como muestra de fraternidad, el rezó del Santo Rosario por la circunvalar y el Tabor, los buenos días que fortalecían nuestros valores, los retiros espirituales (tres días en completo silencio), el arreglo de las pérgolas decoradas de acuerdo a la celebración, las florecillas del mes de mayo, la fiesta de la gratitud, las convivencias de los días sábados que terminaban con las deliciosas melcochas, los desfiles por el pueblo de gran admiración por su presentación, orden y disciplina y no se diga de los bazares donde llegaban chicos y chicas de otras instituciones a pasar una tarde agradable con tremenda rumba, pero eso sí, en cada extremo del recinto una religiosa hacia su labor de acompañamiento.
Se recuerda con mucho cariño las convivencias por cursos y el retiro de proyecto de vida del grado 11, los encuentros académicos, lúdicos, encuentros deportivos donde la normal siempre se destacó en el básquetbol y voleibol. Como olvidar el preámbulo y la motivación para esa gran semana Lasallista, que fue inolvidable por sus actividades religiosas, lúdicas y culturales, que contó con la participación de padres de familia, docentes, estudiantes y egresados.